martes, 15 de noviembre de 2016

Cabo Molina


-- ¡Corrió un interno de la cinco a la siete! -- gritó el vigía de la cárcel pública de La Paz BCS
-- ¡Es el ánima del Cabo Molina! -- secundó un interno
-- ¡Dispárale! -- terció el cabo de turno en la puerta principal
-- Dejen dormir! -- gritaron otros reos al ver el reloj que marcaba la una treinta de la madrugada.
El temor a encontrarse con el ánima del Cabo Guadalupe Molina, quien años atrás habría sido asesinado por los gringos Maurice y John, exconvictos de USA, dejó sin efecto el protocolo de revisión que para esos casos estaba instituido. 
Por la mañana del 13 de agosto de 1973, el alcaide, especie de jefe del penal, a la hora de la revisión se dio cuenta que los gringos Steven Shul, Daniel Demerce y Connie Longoleken habían escapado dejando sobre sus camastros unos balones de voleibol y encima unas pelucas güeras tapadas a lo largo del tendido con una sábana semejando los cuerpos.
De inmediato se dio la alarma y, lo más fácil, detuvieron al Cabo de turno Casimiro Castillo Amador porque alguien tendría que pagar por la fuga.
Los minutos transcurrían lento, durante la segunda revisión sentían más calor de lo normal. Los unos y los otros policías y jefes se entrecruzaban con los guardias del penal quienes observaban el trabajo de investigación Choyera.
El detenido en barandilla solo veía pasar a uno y otros sin que alguno le dirigiera palabra alguna, lo que le infligía fuerte depresión por tan cruel acusación sin razón. 
Los reos el Odilon, Romancito, El Guido, el Indio Maldonado, el Oso Muñoz, el Ríos, el Chunique, entre sus platicas recordaban la Muerte de Lupe Molina, pero antes, dijeron, otro Gringo se habría cortado los testiculos y se los restregó en la cara al alcaide Hildebrando, otro decían que no, que al que se los restregó fue al Cabo Molina.
La cárcel pública conocida como Sobarzo de donde se fugaron estos reos se encontraba en el antiguo edificio que alguna vez sirviera de vivienda a dos gobernadores del territorio, desde 1918, uno de ellos de apellido Sobarzo, y de donde se escogió el nombre como un distintivo propio de los Sudcalifornianos que decían para ubicar una dirección: Anca Fulano de tal; luego ocupó esas instalaciones el hospital para tuberculosos, hasta 1938 y a partir ahí darle paso al penal, por casi 40 años, esto es en 1976 pues una de sus bardas se cayó por los fuertes vientos del ciclón Liza. Luego de algunos años deshabitado, le dieron paso a la biblioteca pública Justo Sierra.
-- ¿Qué va a pasar conmigo? -- Preguntó Casimiro al pasar el director Jorge Carrillo, conocido como el Cacheton Carrillo.
-- Te van a llevar ante el MP federal para que declares lo que sabes de la fuga -- enseguida con fuerte vozarrón llamó al alcaide -- Hildebrando! -- ordenó -- llévalo con Carmona (mp federal) para que declare.
El alcaide trató de poner las esposas a su compañero pero este se resistió -- Que pasó mi jefe -- le recordó -- soy compañero y no me parece justo que vaya por la calle esposado.
En eso empezaron a llegar las meretrices para su revisión de rutina. Junto a la barandilla el médico tenía un cuartito que servía de consultorio donde les abría las piernas para tocar sus intimidades, pues que con ese método ancestral les revisaba la vagina para determinar si ha o no indicios de enfermedad venérea. Después de la revisión les cobraba 40 pesos recomendándoles  -- Pórtense bien, les recuerdo que deben venir la próxima semana. Y si, cada semana las pupilas del Cuco Moyron, y otras, volvían a la revisión de rutina.
-- Déjalo -- terció el jefe policíaco -- llévalo sin las esposas.
El MP federal de apellido Carmona al escuchar la narración de Casimiro determinó que nada, absolutamente nada tenía que ver en la fuga -- Fue una fuga limpia -- dijo-- No hubo sangre, pero aun así -- añadió-- vamos a ir a la reconstrucción de hechos.
A medida que el MP federal, acompañado de una secretaria, tomaba notas del dicho de Casimiro, mismo que corroboraba con los indicios encontrado en las instalaciones del Sobarzo y, con las evidencias encontradas más y más se convencía que en la fuga había habido complicidades de los jefes pero, como sucede en estos casos, hizo las cosas de tal manera para que un buen abogado consiguiera un amparo y saliera libre este acusado, protegiendo de paso a los verdaderos responsables.
En el expediente se lee que la noche anterior había habido un juego de voleibol con los alumnos de la escuela secundaria de la localidad.
Por las evidencias encontradas, se advierte que la gringa Connie Longoleken suministró droga, en vasos con chocomilk, al Panchito, a la Güera (otra interna) y al vigía de la torre de mujeres para escapar por esa zona que daba al cuartel de bomberos, sin necesidad de utilizar la violencia.
Con el paso de los años, el implicado recuerda que le preguntó al jefe policíaco, 
-- ¿No va a cerrar la puerta mi jefe? --. Se refería a la puerta que usaban para pasar a la celda de mujeres y donde a medio tramo había otra puerta que daba a la estación de bomberos, y de ahí a la calle.
--¡Déjala abierta; hace mucho calor-- respondió el Cachetón Carrillo.
Tampoco quisieron investigar quién introdujo las pelucas, aunque se presume que fue el preparador físico de los deportistas o el propio Cachetón Carrillo que esa noche había entrado al interior para presenciar el partido de voleibol. Cuando entró no permitió que se le revisara alegando que él era el jefe de la policía investigadora. Tampoco para sus dos ayudantes permitió la revisión de rutina.
Los gringos fugados estaban presos porque meses antes habían sido detenido con explosivos que el Cachetón Carrillo dedujo eran para asaltar el Banco de Londres y México.
El acusado por la fuga estuvo preso dos años y medio, eso sí, recibiendo su paga como Cabo del Sobarzo pues, eso así está reglamentado, mientras no se le sentencia con responsabilidad, gozará de ese beneficio de ley.
Una vez libre, y sin nada que hacer en el penal, en la administración de Antonio Wilson González Casimiro fue llamado a colaborar para que atendiera, junto a dos custodios más, los parquímetros que recién había instalado esa administración.
Al año de estar prestando sus servicios parqueron a su lado un lujoso automóvil donde advirtió la presencia de dos personas vestidas con regios tarjes de casimir, y en la parte de atrás a un policía local, quien lo invitó a subirse al auto para hacerle algunas preguntas con respecto a la fuga. Los desconocidos eran de la policía estadounidense, según ellos, del FBI.
De nueva cuenta Casimiro fue encerrado (antes así se estilaba  porque era ¡culpable hasta que no se demostrara lo contrario!)
El abogado defensor de oficio Rogelio Martínez se extrañó por la nueva investigación pero, para darle confianza a su defendido le dijo que no se preocupara, que la detención era sólo de rutina.
Al notar que su caso no avanzaba, por medio de su esposa e hijos, solicitó ante el gobernador Ángel César Mendoza Arámburo, le facilitara un abogado quien de inmediato cumplió con la petición, para al mes lograr su libertad absolutoria y, años después alcanzar su jubilación; la plaza laboral se la pasó a su hijo quien, 20 años después de la absolutoria de su padre, también vivió la experiencia del encierro injusto.
Resulta que el día que Adán Ruffo Velarde tomó protesta como edil paceño, (1996) un grupo de borrachos escenificaron un altercado en las afueras de un expendio de cervezas, de la colonia Pueblo Nuevo, llamando la atención del cuerpo de seguridad municipal a quien recibieron a pedradas y al ir brincando la barda de un vecino, El Chino Viosca recibió una bala que le atravesó la nuca, muriendo a consecuencias de la misma.
El hijo de Casimiro portaba una pistola 38, con sólo cinco tiros, de seis que le caben a  la masorca de la 38.
Lo increíble es que las balas que portaba la pistola eran de salva, salva que había comprado a 2.50 cada una pero, por la falta de dinero, sólo alcanzó a comprar cinco. ¡eso fue suficiente para acreditar que según las policía investigadora, el policía municipal sacó el casquillo de la bala que mató al Chino!
La necropsia de ley arrojó que el muerto recibió un balazo de un arma calibre 22, resultado pericial que no fue agregado al expediente. Dos de los policías ( un hombre y una mujer) que portaban ese tipo de calibre (22) fueron protegidos para que no se les hiciera la prueba de balística.
También, por dos años y medio el detenido estuvo recibiendo el pago de ley, hasta que el propio Casimiro acudió ante su ex compañero de escuela, ahora presidente magistrado del H Tribunal Superior de Justicia de BCS, Juan Cota Osuna a quien solicitó interviniera por tan sucia acusación.
Luego de conocer la verdad histórica de los hechos, el pleno resolvió la absolución del joven policía quien a los meses abandonó la cárcel libre de toda responsabilidad civil.

Versión original para el Curso de Expresión Escrita.
Una vez 'tallereado' presentaré la versión corregida.

jueves, 3 de noviembre de 2016

ejecuciones, narcocultura, periodismo negro.

Del libro Plaza dividida
En BCS van más de 400 ejecuciones
Extrajudiciales


La temporalidad del libro Plaza Dividida (inédito) inicia en 2010, cuando los leonelistas perdieron la gobernatura de BCS y, las ejecuciones empiezan en octubre de 2011 con el comandante Martín Márquez Ruiz a manos de los exgafes Jesús Manuel Reyes Flores (El Negro) y Jaime Alberto Alvarado Moreno (El Jimmy)
Y sí, el término ejecución es válido para quienes tengan información de primera mano, como lo es ésta redacción, pues los adoctrinados por el Nuevo Sistema de Justicia Penal (NSJP) por temor a perder sus vales de gasolina prefieren escribir Asesinado en lugar de Ejecutado y hay, incluso, los que pretender dar la clase corrigiendo a quienes bien empleamos el término Ejecutado.

En BCS matan a un jefe de plaza y salen dos.
Vamos por partes.
La ejecución extrajudicial, dice la CIDH, es una violación que puede consumarse en el ejercicio del poder del cargo del agente estatal, de manera aislada, con o sin motivación política, o más grave aún, como una acción derivada de un patrón de índole institucional. Usualmente se entiende que la ejecución se deriva de una acción intencional para privar arbitrariamente de la vida de una o más personas, de parte de los agentes del Estado o bien de particulares bajo su orden, complicidad o aquiescencia, sin embargo, tanto en doctrina como en alguna legislación, se aceptan diversos grados de intencionalidad cuando los responsables son miembros de los cuerpos de seguridad del Estado. 
Como sabemos, siendo gobernador de BCS Marco Alberto Covarrubias Villaseñor vendió la plaza de las drogas a los grupos de Los Damasos y Los Mayitos utilizando incluso a los agentes ministeriales y del Estado para allanarles el camino a unos y otros. En la negociación estuvo El Grande y otros, cuando el hermano del gobernador Covarrubias (el mentado Cuco) les dijo: “Mátense entre ustedes, y el que gane tendrá nuestro apoyo”… “nosotros les ayudaremos con las policías…”
De modo general, cabe recordar que existen diversos tratados e instrumentos internacionales de alcance universal o regional americano, que consagran expresamente el derecho a la vida o lo que es lo mismo, las garantías para la protección del goce a la vida. En efecto, el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el artículo 6 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, el artículo 27 de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, y el artículo 4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, garantizan expresamente el derecho a la vida de manera amplia y general. La protección del derecho a la vida no puede ser suspendido en ningún caso o circunstancia, tal como lo establecen los artículos del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y  de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, y la aplicación de la pena de muerte está estrictamente regulada en los tratados internacionales, con una implícita preferencia hacia su paulatina abolición y una expresa prohibición respecto a su restablecimiento en aquellos Estados que ya se ha abolido. Finalmente, y por imperio jurisprudencial, algunas violaciones del derecho a la vida son consideradas como graves violaciones a los derechos humanos, por lo que no deben ser objeto de amnistías y otros excluyentes de responsabilidad. 

Si bien existe un incuestionable reconocimiento al derecho a la vida en los principales tratados internacionales, a diferencia de otras violaciones graves a los derechos humanos, como podría ser la tortura, la ejecución extrajudicial no está́ conceptualizada ni regulada específicamente en un tratado o convención internacional de alcance universal, ni regional. No obstante, y sin perjuicio de la inexistencia de un tratado particular sobre la materia, sí existen una serie de normas denominadas o conocidas como de “soft law” o “persuasive law”, tales como “Los principios relativos a una eficaz prevención e investigación de las ejecuciones extralegales, arbitrarias o sumarias”, el Manual sobre la Prevención e Investigación de las Ejecuciones Extralegales, Arbitrarias o Sumarias o incluso ciertas regulaciones metodológicas derivadas del Mandato del Relator Especial sobre Ejecuciones Extrajudiciales, Sumarias y Arbitrarias que incursionan cuidadosamente en la prevención, la investigación judicial, la investigación médico-legal, los medios probatorios y los procedimientos judiciales en las ejecuciones extrajudiciales. 
Ninguno de los instrumentos internacionales define expresamente qué se entiende por ejecuciones extrajudiciales, por lo que el concepto se ha venido formando paulatinamente, a partir de la costumbre o bien de referencias, estudios o análisis doctrinario. En ese sentido, cabría armar muy preliminarmente que se reconoce conceptualmente como una ejecución extrajudicial cuando se consuma la privación arbitraria de la vida por parte de agentes del Estado, o con la complicidad, tolerancia o aquiescencia de éstos, sin un proceso judicial o legal que lo disponga.
¡Y lo hicieron! El caso más sonado (y claro) lo escenificaron los Agentes del Estado el 31 de julio de 2014 cuando, dice el libro: <… Al no ponerse de acuerdo, el 31 de julio de 2014 trataron de pactar policías del estado, los Dámasos y la gente de Luis Montoya por la plaza de la ciudad La Paz pero al llegar el Rayo, de quien se supone acomodó las piezas para la reunión en el kilómetro 8 de la carretera La Paz a Los Planes, los integrantes de tres vehículos ‘todo terreno’ que se encontraban escondidos entre los matorrales empezaron a disparar sobre otros tantos autos que conducían los del ‘encuentro cumbre’ entre los que destacaban el Pantera, el Betillo y el Ferrari mismos que cayeron abatidos a tiros, y dejando con una bala en sedal sobre la nalga al Rayo quien fue llevado al hospital Salvatierra para su atención médica por policías  ministeriales.
En los momentos en que levantaban al herido, los vehículos todo terrenos salieron dentro de la espesura, bajo las sombras de la noche sin que los policías hicieran algo por detenerlos, sólo se limitaron a observar que tomaban rumbo a La Paz donde vecinos de las colonias Agua Escondida y Correcaminos, los vieron pasar para salir cerca del panteón Jardines del Recuerdo con rumbo a la carretera al sur por donde se encuentran las oficinas de la subsecretaría de seguridad pública.
En el nosocomio estaban gente del Rayo, uno de ellos fue reconocido por un coronel de las fuerzas armadas como el Barbas, mismo que se dio cuenta de la identificación por lo que, a como pudo se escabulló por entre la gente al momento de que interrogaban al herido.
Las indagaciones apuntaban a la participación de cuando menos 4 policías de la subsecretaría de seguridad pública entre los que se encuentran Aurelio Parra Mungaray, Fernando Estrada (el Mono) Martín Aceves y Rubén Romero que curiosamente al día siguiente de los hechos dos de ellos fueron reportados como desaparecidos por sus familiares quienes no mostraban tristeza al momento de la denuncia ministerial….>
Repito: La ejecución extrajudicial es una violación que puede consumarse, en el ejercicio del poder del cargo del agente estatal, de manera aislada, con o sin motivación política, o más grave aún, como una acción derivada de un patrón de índole institucional. Usualmente se entiende que la ejecución se deriva de una acción intencional para privar arbitrariamente de la vida de una o más personas, de parte de los agentes del Estado o bien de particulares bajo su orden, complicidad o aquiescencia, sin embargo, tanto en doctrina como en alguna legislación, se aceptan diversos grados de intencionalidad cuando los responsables son miembros de los cuerpos de seguridad del Estado. 
Esto último es importante porque existen otros casos que tienen como consecuencia final la muerte, pero donde los grados de intencionalidad pueden variar significativamente, y con ello, su consideración acerca de si se constituye o no en un caso de ejecución extrajudicial. Casos como cuando se tortura o se aplican malos tratos durante la detención o prisión con consecuencia de muerte; cuando se hace un uso excesivo o indiscriminado de la fuerza por parte de policías o militares al momento de efectuar detenciones, durante manifestaciones públicas; casos de muertes por negligencia de los agentes; muertes en circunstancias poco claras cuando la víctima se encuentra en poder de sus aprehensores o bajo responsabilidad estatal; algunas muertes productos de abuso de poder, hay diferentes grados de intencionalidad y sin embargo, la consecuencia es la misma; la muerte. En todos estos casos, donde usualmente estarían involucrados agentes de los cuerpos de seguridad del Estado y se produce la muerte sin una evidente intención de matar, se podría llegar a concluir que constituyen casos ejecuciones extrajudiciales, al menos para algunos derechos que así́ lo han previsto. 
Finalmente, y para intentar conceptualizar preliminarmente esta violación, debe decirse que las ejecuciones extrajudiciales se distinguen de otras violaciones al derecho a la vida tales como de las denominadas ejecuciones sumarias, los casos de ejecuciones extrajudiciales múltiples conocidos como masacres, o bien de las más graves de las violaciones a los derechos humanos como los crímenes de guerra, los crímenes lesa humanidad o el genocidio.


 

¿Porqué los oficiosos
Se niegan a reconocer el término Ejecución
será para proteger su hambre?
… En mi hambre mando yo… : Salvador de Maradiaga
Ejecuciones extrajudiciales documentadas pero no reconocida como tal hay varias.
Los casos más sonados con los 43 de Ayotzinapa en 2014; (toma fuerza) los 300 de Allende Coahuila en 2011; 72 de San Fernando Tamaulipas en 2010; 45 en Acteal Chiapas en 1997; 21 en Aguas Blancas Guerrero en 1995; 120 en la Ciudad de México en 1971; 200 en la Ciudad de México en 1968; 40 en Acapulco Guerrero en 1967; 20 en Chilpancingo Guerrero en 1960; de 400 a 800 en Rio Blanco Veracruz en 1907;  23 en Cananea Sonora en 1906.
Los políticos dicen que los mataron por revoltosos. Los oficiosos aseguran que se lo merecían y, ahora ya encontraron algo mejor para justificar las ejecuciones: Lo mataron porque estaba relacionado con el narco. Así, sin más ni más  judicializan a los ejecutados. Luego los boletines le agregan: Tenía antecedentes penales.
Los tratados internacionales, (y en la constitución mexicana también) que hablan sobre DDHH, éstos garantizan expresamente el derecho a la vida de manera amplia y general; el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el artículo 6 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, el artículo 27 de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, y el artículo 4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, por ejemplo. De modo que, si les damos el tratamiento que se merecen los ejecutados, el Estado mexicano se vería seriamente penalizado por los Cortes Internacionales y, su presidente y algunos gobernadores y exgobernadores, no tendrían forma de defenderse, ni oficiosos que metieran las manos por ellos.
Con información de David Barrón reseñaremos las ejecuciones de alto impacto a nivel nacional y, si es de su preferencia, podrán adquirir la revista Contacto Político número 286, donde se lee: Las ‘ejecuciones’ de La China y, una vez publicado podrá consultar el libro Plaza Dividida donde se  narran las ejecuciones en BCS.

Cronología:
1 Cananea, Sonora, 1906.- Veintitrés muertos y cerca de veinticinco heridos fue el saldo del enfrentamiento entre obreros huelguistas y comandos norteamericanos, que fueron traídos por las empresas mineras y el gobernador del Estado, para apaciguar el movimiento iniciado con motivo de una manifestación obrera que se organizó para pedir a las mineras jornadas de ocho horas de trabajo y un salario mínimo de cinco pesos diarios.

1 bis Rio Blanco Veracruz.- 2000 mil obreros fueron atacados por el 13avo batallón que disparó sobre la muchedumbre, muriendo entre 400 y 800 huelguistas. Enseguida, por órdenes del gobierno fusiló a los lideres Manuel Juárez y Ricardo Moreno para, se excusaron, terminar con la revuelta.

2 Guerrero 1960.- Guerrero lamentó la muerte de más de 20 estudiantes, que intentaban el derrocar al general Raúl Caballero Aburto, los estudiantes murieron después de que el general utilizará al ejército federal para callar la protesta de los inconformes, protesta realizada en Chilpancingo.

2 bis.- Pistoleros contratados por el entonces gobernador de Guerrero, Raymundo Abarca Alarcón, en Acapulco reprimieron a 800 campesinos copreros, muriendo 38 de ellos e hiriendo a más de 105 que no aceptaban 13 centavos de impuesto por cada kilo de coco y la imposición de un líder a modo del asesino gubernamental.

3 Ciudad de México, 1968.- Una de las fechas más recordadas en el país. Decenas de estudiantes de distintas universidades se manifestaron en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, con la intención de llamar la atención de los medios internacionales, cuyas cámaras se encontraban enfocadas en México debido a la organización de los Juegos Olímpicos.
Los estudiantes pretendían evidenciar la mala calidad del sistema educativo en México. Eran ya 146 días de protesta. El Ejército atacó a los estudiantes, la cifra oficial fue de 20 muertos, pero las investigaciones posteriores sumaron poco más de 200, pero la cifra real no se ha determinado.
4 Ciudad de México, 1971, 'El Halconazo'.- 120 muertos fue el número oficial de los estudiantes muertos durante la matanza del Jueves de Corpus durante el mandato de Luis Echeverría. Los estudiantes fueron atacados por los llamados 'Halcones' una división del ejército. Los estudiantes apoyaban a sus compañeros de Monterrey que también denunciaban mala calidad del sistema educativo.

5 Aguas Blancas, Guerrero, 1995.- La Masacre de Aguas Blancas fue un crimen de Estado cometido por la policía del estado de Guerrero y planeada por Rubén Figueroa Alcocer. Agentes del agrupamiento motorizado de la policía guerrerense dispararon en contra de un grupo de miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) que se dirigían a un mitin político que demandaba la liberación de Gilberto Romero Vázquez desaparecido un mes anterior, lo que resultó en 17 campesinos muertos y 21 heridos

6 Acteal, Chiapas, 1997.- 45 indígenas tzotziles fueron asesinados mientras oraban en una iglesia, de las víctimas, 16 eran niños, niñas y adolescentes; 20 eran mujeres y nueve hombres adultos. Los responsables directos de la masacre fueron grupos paramilitares opuestos al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

7 San Fernando, Tamaulipas, 2010.- La masacre de San Fernando, fue un crimen cometido por Los Zetas entre el 22 y 23 de agosto de 2010 donde fueron ejecutados 72 personas de la cuales 58 eran hombres y 14 mujeres, en su mayoría eran inmigrantes provenientes de Centro y Sudamérica.

7 bis.- Alrededor de 300 personas, niñ@s, jóvenes y adultos de apellidos Garza, Gaytán, Moreno y Villanueva fueron acribillados por los Zetas con la complacencia de las autoridades que no hicieron algo por detener la masacre en Allende Coahuila, recién dejaba el cargo Humberto Moreira para convertirse en líder del PRI, de cara a la elección presidencial. El antecedente inmediato de la masacre fue un robo que Luis Garza y Héctor Moreno le hicieran al cartel donde trabajaban, esto es Los Zetas. Hoy los dos viven en EEUU como testigos protegidos. Los medios de comunicación callaron en su momento pues afectaría el proceso electoral donde el narco y  EPN compraron la presidencia.
8 Ayotzinapa, Guerrero, 2011.- Dos estudiantes de la Escuela Rural Normal de Ayotzinapa, murieron a manos de la policía tras enfrentarse en una protesta. Los normalistas mantenían un bloque en la Autopista del Sol y pedían la destitución del director de la Normal Napoleón Anaya y se nombrara a Eugenio Hernández como nuevo al frente de la institución. La Manifestación culminó además con 50 detenidos y heridos graves y desaparecidos.

9 Tlataya, Edo. México, 2014.- La madrugada del 30 de junio ocho militares mataron a sangre fría a 22 civiles, entre ellos dos adolescentes, que se habían rendido después de un enfrentamiento armado en el que habían muerto otras siete personas

10 Ayotzinapa, Guerrero 2014.- La noche del viernes 26 de septiembre policías municipales de Iguala se llevaron vivos a estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa. Según las investigaciones fueron policías municipales coludidos con el cártel Guerreros Unidos los responsables del ataque lo que dejó un saldo de seis muertos, 25 heridos y 43 desaparecidos. La PGR imputa como autores intelectuales del caso a José Luis Abarca Velázquez, presidente municipal de Iguala, a su esposa María de los Ángeles.
A pesar de que, en muchos casos, estos asesinatos en masa quedaron impunes, aún son muchos los mexicanos que prefieren no olvidar y seguir reclamando justicia para acabar con el clima de inseguridad que vive el país.
 A raíz de una línea de investigación, y con base en testimonios, la autoridad buscó a las normalistas en fosas clandestinas. Los primeros hallazgos se dieron el 4 de octubre, cuando se encontraron seis fosas con 28 cuerpos en Pueblo Viejo, localidad cercana a Iguala Guerrero. Reportes periodísticos dan cuenta de hasta 55 cadáveres localizados pero esos cuerpos no representaron interés del pueblo, de la autoridad ni de los periodistas que del caso ya no se habló más. Se han encontrado miles de fosas clandestinas en todo México, pero nadie se atreve a decir algo, a darle seguimiento, pues ‘se teme perder la dignidad’
Queda claro, el término ejecutado es bien utilizado pues el gobierno de la república vive en connivencia con el narco.

Las ejecuciones son parte de la
¿Subcultura?
‘Eruditos’ en literatura pretenden encasillar el periodismo rojo en la subcultura, sin darse cuenta que la subcultura es otra cosa, muy distinta por cierto, pero lo que pretenden es descalificar el boom! que han obtenido algunos ‘nuevos periodistas’.
El neoperiodismo que se ha ‘enriquecido’ con las narcoejecuciones debe ser tema de un profundo estudio para colocarlo en su género real y no tratar de encasillarlo en la subcultura sólo por deseo personal o envidia al notar que los periodistas, reporteros, columnistas o fotógrafos de la violencia urbana crecen en ‘seguidores’
La subcultura se clasifica como tal por que las personas que viven en sociedad no se comportan igual que la mayoría. Son un grupo de personas con un conjunto distintivo de comportamientos y creencias que les diferencia de la cultura dominante de la que forman parte.
Dick Hebdige, estudioso del tema de la subcultura, asegura que los miembros de una subcultura señalarán a menudo su pertenencia a la misma mediante un uso distintivo y estilo. Por tanto, el estudio de una subcultura consiste con frecuencia en el estudio del simbolismo asociado a la ropa, la música y otras costumbres de sus miembros, y también de las formas en las que estos mismos símbolos son interpretados por miembros de la cultura dominante. Si la subcultura se caracteriza por una oposición sistemática a la cultura dominante, entonces puede ser descrita como una contracultura.
Se dice también que las corporaciones, las sectas, y muchos otros grupos o segmentos de la sociedad, con diferentes y numerosos componentes de la cultura simbólica o no material pueden ser observados y estudiados como subculturas. Algunas veces las subculturas son simplemente grupos de adolescentes con gustos comunes. Es necesario observar que el interaccionismo simbólico es fundamental en una subcultura.
Contracultura
La contracultura es un movimiento de rebelión contra la cultura hegemónica, que presenta un proyecto de una cultura y una sociedad alternativas. Ejemplos de manifestaciones contraculturales son los siguientes:

 Las tribus urbanas, como rockers, punkies, skins, etc. Las forman jóvenes preocupados por descubrir una identidad que ni la sociedad ni la familia les proporcionan. Se reúnen entrono a un líder y adquieren un código de expresiones culturales que les diferencian de los demás.

Los grupos sociales alternativos responden al vacío que muchos sienten ante un futuro incierto y fugaz. Intentan encontrar un sentido a la existencia a través de distintos medios y rechazan el materialismo social.

Los grupos de ataque social. Cabe destacar entre estos grupos a  las bandas de delincuentes, que constituyen una forma violenta y directa de ataque al sistema establecido. También es típico de otros grupos de adolescentes que intentan desestabilizar la sociedad para crear un nuevo estado social, transgrediendo las leyes y haciendo uso de la violencia.

La narcoliteratura y la literatura del narco son cosas de las que hablamos en las siguientes páginas.


Narcoliteratura, literatura del narco, subcultura desviada, periodismo negro, del escándalo político, urbano. Sus diferencias. 

Reflexiones sobre la narcoliteratura
De entrada término narcoliteratura  conlleva una connotación negativa poco profunda que denosta al género, dice el escritor Ramón Gerónimo Ortega en una entrevista que le hace Sheila Rosagel, publicada en Sin Embargo.

Shaila Rosagel- Sin Embargo (México) 
La narcoliteratura, término que se utiliza para llamar a la literatura que aborda el fenómeno de narcotráfico, es una forma de “encasillar” a los escritores por zonas geográficas y denostar, en parte, su trabajo, dice Ramón Gerónimo Olvera, autor del libro Sólo las Cruces Quedaron de editorial Ficticia.
De esta forma, la crítica mexicana mide con el mismo rasero a los escritores norteños y los echa “en un mismo costal”, pues pareciera que las novelas ambientadas en lugares impregnados por el narco, tienen una connotación negativa literariamente hablando, explica a SinEmbargo el maestro en Literatura en la era Digital por la Universidad de Barcelona y Premio Regional de Periodismo Cultural y Nacional de Periodismo que otorga la Asociación Nacional de Locutores, originario de Chihuahua.
Pero no obstante que algunos críticos, parecen ver con una óptica desde el Distrito Federal a la producción literaria que tiene como entorno al narcotráfico, la “narcoliteratura” es un término acuñado para vender.
“El prefijo narco es el meollo del asunto. Necesariamente lo utilizamos casi en la vida cotidiana, sin reparar en la misma reflexión sobre el mismo. Se corre el riesgo de que el prefijo narco sobre estas expresiones culturales, nos hagan que no las podamos entender en toda su complejidad, porque nos dejamos ir por lo narco, sin ver todo lo que hay en juego y en profundidad”, dice el escritor.
Gerónimo Olvera analiza en su último libro a varios autores colombianos y mexicanos que escriben en un entorno donde priva el negocio del narcotráfico y contesta en esta entrevista, algunas de esas preguntas que buscan provocar una crítica, a la forma en la que se aborda la literatura que habla de narcotráfico.
–¿De dónde nace la idea de escribir este libro donde usted explora el término de narcoliteratura?
–Nace de una idea concreta de hechos de violencia que hemos vivido y que se han venido consignando mediante el periodismo, pero también a través de la literatura. Vi la necesidad de hacer un estudio donde, si bien con cierto rigor académico se abordara cómo la literatura participa en el juego de la violencia y el narcotráfico, porque gran parte de la academia es bastante prudente y temerosa de entrar a estos temas, justo por lo contemporáneo, cercano, me llamó la atención hacerlo desde la óptica de autores de México y Colombia para tener algunos puntos de encuentro y desencuentro.
–Usted cuestiona este adjetivo de narcoliteratura para referirse a todas las novelas que se escriben sobre narcotráfico… 
–Sí, es que es cuestionable desde varias ópticas. Es comprensible que para vender libros, la gran industria le ponga estos nombres, sería uno de los marcos por los que se llama narcoliteratura, pero lo otro es también un encasillamiento facilista de la crítica, o de cierta crítica, para meter a todos los autores en el mismo saco y tratarlos por igual. Yo creo que de todos los autores que se manejan en el libro, ninguno se propone escribir una narcoliteratura. Lo que están haciendo son historias donde el narcotráfico aparece porque están ahí en la atmósfera del escritor. Sí es necesario ponerle nombres a las cosas y categorías, pero hay que reflexionar sobre la categoría porque algunos críticos le llaman así para descalificarla, no para entenderla.
–¿Entonces este prefijo “narco”, ¿es negativo y descalifica? 
–Sí, cuando le metemos el prefijo “narco”, en términos de la realidad judicial y de la justicia es prácticamente un adjetivo sinónimo de “ya no se investigue”, en los términos literarios, sí hay un encasillamiento que por supuesto sirve para vender, y para vender bien. También está la connotación de lo narco, lo cierto es que como el narcotráfico aparece en la vida cotidiana de las personas, aparece mucho en la literatura y aparece así, de manera espontánea, casi inconsciente, porque está en la realidad, en lo que respira el escritor.
–Para usted Ramón, los autores que escriben sobre narcotráfico ¿escriben literatura, no narcoliteratura? 
–Habría que establecer diferencias. Habrá escritores muy respetables que de manera abierta y de manera consciente desean hacer libros de narcoliteratura para ser vendidos, que tampoco me parecería algo deleznable en sí mismo. Hay escritores como Fernando Vallejo y Élmer Mendoza, donde el narcotráfico aparece en sus novelas, pero aparece de una manera compleja, simbólica y además creo que los autores que se incluyen en el  libro, como Yuri Herrera, aparece el narcotráfico no por sí mismo, sino como un marco histórico, cultural de México.
Hay preguntas que usted lanza en el libro, una de ellas, ¿cuál es la voluntad que existe en reducir esta expresión a ciertas zonas geográficas del país? También habla de una visión centralista de etiquetar como narcoliteratura, para encasillar a todos los escritores de las regiones del norte de México…
–Esto es muy palpable, Rafael Lemus, un crítico de Letras Libres, decía que la literatura de Élmer Mendoza era candorismo costumbrista y que no valía nada. Don Antonio Parra le contesta, porque pareciera que si no se escribe en el Distrito Federal [DF], no vale o se encasilla muy fácilmente, siendo que estas temáticas están aquí en nuestra realidad y que autores como los que he mencionado, por fortuna están siendo estudiados en muchas partes del mundo. Pareciera que es la viva literatura mexicana, estos autores, no se encasillan en el tema del narcotráfico, son bastante amplios, y cuando hablamos de literatura norteña, también toca hablar de Ignacio Solares, Carlos Montemayor, por mencionar algunos.
–Usted también lanza la pregunta sobre, ¿qué interés existe en homologar a todos estos autores que abordan el tema?
–Al final de cuentas el deseo de homologación, es a lo mejor una estrategia de orden político, de poder, que una estrategia de un criterio literario.....

Aquí el entrevistado dio en el clavo. ¡Claro que es una estrategia (más bien una orden, diría yo) política, de poder, que (al encasillar a todos en un mismo saco) de un criterio literario.
 

–Aborda a los escritores desde el periodismo, literatura, habla de la nota roja… 
–Comento a manera de chiste en el texto, que el primer cuento judío-cristiano de la nota roja la historia de Caín y Abel, y siempre en todas las expresiones, un germen fundamental para escribir, porque la nota roja nos muestra ese lado oscuro que tiene las sociedades, los seres humanos, que es la materia prima para la literatura, mientras que en cualquier régimen oficial, todo tiene que ser luminoso, esperanzador. Esto que llamamos narcoliteratura a lo mejor es una variante del género policiaco.
–Entonces es tan erróneo decir narcoliteratura, como si se quisiera decir “narcoperiodismo” si se reportea sobre narco, ¿sería algo simular? 
–Muy muy simular. Al final de cuentas hacer un gran reportaje sobre narcotráfico no es narcoreportaje, porque se pretende estudiarlo y hacerle preguntas.
– ¿Pasa lo mismo con la narcoliteratura que con los narcocorridos? ¿Podríamos poner en la misma dimensión al narcocorrido con narcoliteratura? ¿El prefijo narco juega el mismo papel?
–Sí, el prefijo narco es el meollo del asunto. Necesariamente lo utilizamos casi en la vida cotidiana, sin reparar en la misma reflexión sobre el mismo. Se corre el riesgo de que el prefijo narco sobre estas expresiones culturales, nos haga que no las podamos entender en toda su complejidad, porque nos dejamos ir por lo narco, sin ver todo lo que hay en juego y en profundidad
–¿Lo narco es lo que vende? ¿De qué tamaño es el mercado editorial en torno al narcotráfico? 
–En la industria cultural el narcotráfico tiene un tamaño enorme y fundamental. Basta ver las últimas producciones cinematográficas como Miss Bala, El Inferno, cómo les va en taquilla y para ser cine mexicano, les va muy bien. En el caso de la literatura es bastante vendible manejar esto como lo narco, sinónimo de venta y en el caso del periodismo, también ponerle que fue una narcobalacera, narcofiesta, narcobautizo, narcoentierro, un narco lo que se le ocurra. Termina siendo un buen mecanismo de venta, en donde todo es sujeto a la venta.
–¿Se denosta a estas expresiones con este prefijo? 
–Sí, además corremos el riesgo de no estudiarlas en su profundidad por el prefijo narco. Al verlo analizamos una serie de ideas inconscientes y lo clasificamos así, sin estudiar toda la profundidad que hay en ello, además de insensibilizar. Somos una sociedad carente de sensibilidad para muchas cosas, y el adjetivo puede ser que en vez de que nos ayude a ser sensibles, nos vuelva más bárbaros.

–Ramón, entre las obras que analiza en el libro, habla de La Virgen de los Sicarios, Rosario Tijeras y de autores mexicanos, ¿qué tanta similitud hay entre nuestros autores mexicanos y los colombianos? 
–Sí encontramos rasgos de similares: se encuentra un Estado ausente, una cosa que me llama la atención, es que en ambos casos, el crimen, la violencia, la impunidad, constituyen la norma dentro de la sociedad y no excepción. Una de las diferencias es la fascinación literaria por la figura del sicario en Colombia, mientras que en México por el político poderoso que está vinculado con el narco. Otra diferencia es la connotación religiosa que tiene en el caso de México, como Valverde, La Santa Muerte, que no aparece en otros lados.
–¿También se lleva al campo del periodismo? 
–En términos periodísticos los vería más similares que en términos literarios. En México hay una fascinación por la figura del sicario, simular a Colombia, la diferencia la vería más en la literatura. El sicario es una figura muy dolorosa para la sociedad, es el huérfano de una estructura familiar, el huérfano de una estructura social, de un Estado que no sirvió para nada, es el gran victimario y la gran víctima
–Hay otra pregunta que usted laza en su libro, ¿cómo recoge el periodismo y la literatura el fenómeno del narco? ¿Desde la apología, la condena o la censura?
–Recuerdo la foto de Julio Scherer García con el importante líder delincuencial, que para algunos nos daba la sensación de que estaba abrazando a un gran amigo, para otros era el ejercicio periodístico digno de un premio por haber conseguido esa entrevista, y pareciera que tristemente lo que la realidad y los lectores nos empujan es, o a la apología, a la condena o a la censura-autocensura.

La literatura del narcotráfico
Orlando Ortiz
La primera pregunta que me asalta a propósito de la llamada “narcoliteratura” (el entrecomillado obedece, como se verá, a que cuestiono tal denominación) es si en verdad existe, o si es un prejuicio. Porque en la primera mitad del siglo pasado se escribieron muchas novelas cuyo eje eran los caciques; sin embargo, nadie aventuró la idea de que hubiera una caciqueliteratura. De igual manera, en la segunda mitad proliferaron los relatos cuya acción se desarrollaba en el df y nunca oí que se hablara de chilangoliteratura.
Posteriormente, en toda Latinoamérica se dieron novelas con el tema de los dictadores y tampoco se habló de una dictadoliteratura o cosa por el estilo. El nombre narcoliteratura tiene algo, o mucho, de retintín, de intención –consciente o subconsciente– peyorativa. Y no es cuestión de semántica. En la expresión narcoliteratura late, en el fondo, un silogismo del tipo: la droga es mala para la salud, luego la narcoliteratura es mala para la literatura. Por ello me inclino a que se le denomine, en el peor de los casos, literatura del narcotráfico, para eliminar la calificación a priori.
En ese caso –al igual que en el de todas las otras novelas–, ya se podría señalar si obras en particular son malas o buenas, no por abordar el tema del narco, sino por ser novelas bien tramadas, con personajes convincentes, situaciones verosímiles, excelente manejo de las voces narrativas, lenguaje eficaz (ojo, no dije “correcto”, sino, en última instancia, normal) y un manejo adecuado del punto de vista. Porque en este género, subgénero o como quiera llamársele, hay buenas y malas novelas, independientemente del asunto que, curiosamente, en muchas de ellas el tema central no es el narcotráfico y la delincuencia organizada, sino el amor, en una escenografía de narcotraficantes, y a veces lo que está en primer término es la violencia, no el tráfico de estupefacientes, tampoco las actividades de la delincuencia organizada con todas sus implicaciones sociales, políticas y económicas.
Adelantando vísperas: la narcoliteratura es un espejismo, y por lo mismo, algo que no (o casi no) existe.
El primer libro de este tema que leí fue Diario de un narcotraficante, de a. Nacaveva ( así, con a minúscula y punto), y sin ser un fan, he seguido el tema desde entonces (1967) a la fecha, con Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos, pasando por La Reina del sur, de Pérez Reverte, y San Isidro futbol, de Pino Cacucci (estos últimos, por mencionar únicamente a los autores no mexicanos); por eso creo estar más o menos enterado del desarrollo de la narcoliteratura. Sin embargo, no soy ni panegirista ni detractor. Hay quienes la cuestionan por su origen; no obstante, como el plebeyo, “su sangre, aunque norteña, también tiñe de rojo el alma en que se anida su literario corazón”.
Estos “narcorrelatos” en su mayoría los escriben autores del norte, pero ni todos los escritores de allá escriben narcoliteratura ni toda ella es escrita por autores de allá. Los hay oriundos del Distrito Federal, de Guanajuato, de Jalisco y de Hidalgo, y en todos los casos no desmerecen frente a los norteños en cuanto a manejo de ambientes, vocabulario y personajes.
Hoy en día son numerosas las novelas y en general los libros que abordan o giran alrededor del narcotráfico. Unos se apuntan como ficción del género negro o policíaco; otros como crónicas o investigaciones periodísticas o agudas tesis a propósito del problema. No debe extrañar a los lectores esa abundancia de títulos, pues al parecer todas las editoriales los están pidiendo con la idea de que se venderán como pan caliente.
La producción de narconovelas es elevadísima, tal vez porque la demanda editorial también es elevada –ignoro si el mercado también es muy amplio. Hay tal saturación, que empalaga la abundancia de títulos y el primer impulso es descalificar por completo todos los libros de este género, tanto los de ficción como los de no-ficción. Sin embargo, no se puede hacer tabla rasa, aunque hasta el momento no me he topado con “la novela” del fenómeno narco, es decir, no he hallado un relato excelente o tan bueno que llegue a las alturas de lo paradigmático. Algunas son muestra de un extraordinario oficio, pero adolecen de pasajes facilistas o de tópicos tan gastados que caen en el lugar común, lo cual incide en detrimento del texto. Otras no van más allá de la sencilla historia del amor-pasión, o del amor-odio, o del amor-venganza, o del amor atormentado o sádico, o masoquista o hasta ingenuo, pero inserto entre matones despiadados y aparentes luchas por el poder (nunca se ve ni se dice de qué clase es).
LA REALIDAD CORRE MUCHO Y LA FICCIÓN SE QUEDARÁ... 
Hasta el momento, me parece que los mejores libros sobre el tema son las crónicas y los de carácter periodístico. Me refiero, por ejemplo, a El hombre sin cabeza, de Sergio González Rodríguez; a Malayerba, de Javier Valdez Cárdenas; aHerencia maldita, de Ricardo Ravelo; El otro poder, de Jorge Fernández Menéndez; El narco: la guerra fallida, de Rubén Aguilar y Jorge Castañeda; El cártel, del legendario Jesús Blancornelas, y hasta Me dicen la narcosatánica, de Sara Aldrete, entre otros. Si a estas miradas sumamos los medios impresos y electrónicos, la ficción sobre el tema se queda atrás; no puede competir en cuanto a crueldad y excesos, por más imaginación que tenga el autor. Por poner un ejemplo: ¿a algún autor serio se le habría ocurrido una puesta en escena (este es el título, bastante afortunado, de una novela corta de Gabriel Trujillo) como la que se hizo cuando mataron (¿ejecutaron?) a Héctor Beltrán Leyva, cuyas imágenes aparecieron en numerosos medios? Y las mantas con mensajes y las testas decapitadas dispuestas dramáticamente en diversos escenarios y... en fin, los relatos literarios casi (o a veces sin el casi) nada tienen que hacer frente a la realidad real y la mediática. (Cuando estaba redactando estas notas salí a caminar un poco y a comprar el periódico. En el estanquillo me topé con la primera plana de un periódico caracterizado por su amarillismo, pero, con todo, nunca había llegado a tal extremo: la foto a color de dos cuerpos colgados de los pies, decapitados y con los genitales cercenados; en una cabeza secundaria se leía que sus partes las habían dejado sobre los carteles en los que se advertía algo a alguien.) Si algún narrador quiere incursionar en el género, debe buscar alguna vereda que no sea la de la violencia y el amarillismo, pero tampoco debe caerse en el edulcoramiento o en la falsa idea de que la narrativa es escribir bonito o poéticamente.
Además, los autores de ficción, más que abordar con acuidad el narcotráfico, se quedan en el color, en los aspectos costumbristas (que no tienen por qué ser malos en sí, sino más bien insuficientes). Corridos, botas picudas y de tacón a lo Fox, fara fara, cintos piteados con hebillas costosas en las que lucen sendos ak47 cruzados, o una rama de mariguana, sombrero texano, armas con chapa de oro y con diamantes o esmeraldas en la cacha de marfil; lenguaje norteño cargado de pistear, batos, morros, etcétera. A veces se menciona a la Santa Muerte, a veces es Malverde el invocado. ¿Y luego? Los elementos mencionados no serían nefastos si no se quedaran en eso: detalles de color que no van más allá y, peor aún, que se presentan como si fuera lo esencial de los narcotraficantes. ¡Ah! Olvidaba la violencia, a veces con fuertes matices de gratuidad. Tampoco me parece mal la utilización del lenguaje norteño, es más, lo considero indispensable, siempre y cuando se sepa utilizar con eficacia y no como detalle de color o graciosa curiosidad lingüística.
Antes y después del movimiento revolucionario de 1910 menudearon los relatos que recogían y plasmaban la visión que escritores de variopinta ideología tenían sobre lo ocurrido –o lo que estaba ocurriendo. El espectro que ofrecen tales obras es muy amplio y diverso; hay las que tienen como columna vertebral batallas y caudillos, las que ubican la acción en las alturas políticas o les dan como escenario el de los estratos sociales más bajos... incluso tenemos obras construidas desde la perspectiva de simples testigos no involucrados en el conflicto bélico o político, pero sí receptores de las consecuencias sociales, bélicas o políticas.
Por lo tanto, en la actualidad podríamos elaborar un mural muy completo de esa época, desde la perspectiva de los maderistas, villistas, zapatistas, carrancistas, huertistas y hasta porfiristas, o incluso con la de todos ellos. De tal ensalada de hechos y visiones quedaron grandes novelas: Campamento, Los de abajo, Se llevaron el cañón para Bachimba, Tropa vieja, El águila y la serpiente, Cartucho, El feroz cabecilla, El rey viejo, La sombra del caudillo, etcétera, y por otro lado muchas más que no rebasan la mediocridad o son de plano pésimas. No se deben ignorar las obras que abordan secuelas del movimiento revolucionario: reforma agraria, expropiación petrolera, corporativización del movimiento obrero, luchas contra fraudes electorales y temas por el estilo. Este manojo de obras, ¿son realistas, naturalistas, costumbristas? Las hay de todo e incluso algunas han sido calificadas de novela histórica, por su temática y tratamiento.
La narcoliteratura es un espejismo, no existe. Hay relatos con violencia y narcotraficantes –que luchan entre ellos o con otros, por “el poder”–, pero no hay literatura del narcotráfico con todo lo que éste implica.
Después del movimiento estudiantil-popular del ’68, y lo que implicó su brutal represión –surgimiento de las guerrillas rurales y urbanas, por un lado y, por el otro, una presión social que obligó al Estado a ampliar los cauces de la democracia–, también se escribieron innumerables páginas a propósito. Igual que con la narrativa de la Revolución, la calidad literaria –incluso la histórica– fue de un polo a otro polo, de lo bueno a lo pésimo. Abreviando, podríamos asegurar que los momentos significativos de México han quedado en su narrativa. Incluyendo los hechos del siglo XIX: consumación de la Independencia –y en ella el riquísimo período de Santa Anna–, Reforma, Intervención estadunidense e Intervención francesa, Segundo Imperio y Porfiriato.
Hay buenas y malas novelas de narcotraficantes –que no del narcotráfico y la delincuencia organizada. En consecuencia, hay que evaluarlas como novelas a secas y no por el tema o el lugar de origen de sus autores o la ubicación geográfica de las historias. No se debe ignorar esa literatura, porque hacerlo equivaldría a no querer ver que el problema del narco es ineludible y, en un futuro, los estudios –históricos, sociológicos, antropológicos, jurídicos, etcétera– tendrán que abordarlo con casi igual –o sin el casi– seriedad e importancia que el fenómeno de la rebelión cristera o de las guerrillas posteriores al ’68. Mi afirmación es bastante temeraria, pero no infundada. Porque hay quienes consideran que el tráfico de drogas es solamente un delito contra la salud –esta posición lleva a cometer errores como los que se han venido cometiendo en su combate–, pero habemos otros que consideramos que va más allá de ser un delito contra la salud: el narcotráfico en tanto delincuencia organizada, aquí y ahora, es un problema más complejo, peliagudo, que colinda, en mucho, con los terrenos de la seguridad nacional. Si no, piénsese que además del cultivo, “beneficio”, producción de estupefacientes, tráfico interno y exportación, tenemos la penetración corruptora en los círculos de la policía, en instancias gubernamentales de todos los niveles, en partidos políticos; además están las repercusiones en la sociedad, pues cuentan con una base social que los arropa y es sagazmente utilizada. Por otra parte, es considerable su peso e importancia financiera por las fuertes cantidades de dinero que manejan, lo cual se traduce en poder, o mejor dicho, en diversas expresiones de poder, las cuales traspasan fronteras.
La narcoliteratura, en pocas palabras, debe ser mucho más de lo que se ha pretendido que es. La literatura del narcotráfico y la delincuencia organizada está esperando la pluma que, paradójicamente, “le haga justicia”.