La temporalidad del libro Plaza
Dividida (inédito) inicia en 2010, cuando los leonelistas perdieron la
gobernatura de BCS y, las ejecuciones empiezan en octubre de 2011 con el
comandante Martín Márquez Ruiz a manos de los exgafes Jesús
Manuel Reyes Flores (El Negro) y Jaime Alberto Alvarado Moreno (El Jimmy)
Y sí, el término ejecución es válido para quienes tengan
información de primera mano, como lo es ésta redacción, pues los
adoctrinados por el Nuevo Sistema de Justicia Penal (NSJP) por temor a perder
sus vales de gasolina prefieren escribir Asesinado en lugar de Ejecutado y hay,
incluso, los que pretender dar la clase corrigiendo a quienes bien empleamos el
término Ejecutado.
En BCS matan a un jefe de plaza y salen dos.
Vamos por partes.
La ejecución extrajudicial, dice la
CIDH,
es una violación que puede consumarse en el ejercicio del poder del cargo del
agente estatal, de manera aislada, con o sin motivación política, o más grave
aún, como una acción derivada de un patrón de índole institucional. Usualmente
se entiende que la ejecución se deriva de una acción intencional para privar arbitrariamente de la vida de una o más personas, de parte
de los agentes del Estado o bien de particulares bajo su orden, complicidad o
aquiescencia, sin embargo, tanto en doctrina como en alguna legislación, se
aceptan diversos grados de
intencionalidad cuando los responsables son
miembros de los cuerpos de seguridad del Estado.
Como sabemos, siendo gobernador de BCS Marco Alberto
Covarrubias Villaseñor vendió la plaza de las drogas a los grupos de Los
Damasos y Los Mayitos utilizando incluso a los agentes ministeriales y del
Estado para allanarles el camino a unos y otros. En la negociación estuvo El
Grande y otros, cuando el hermano del gobernador Covarrubias (el mentado Cuco)
les dijo: “Mátense entre ustedes, y el que gane tendrá nuestro apoyo”…
“nosotros les ayudaremos con las policías…”
De modo general, cabe recordar que existen diversos
tratados e instrumentos internacionales de alcance universal o regional
americano, que consagran expresamente el derecho a la vida o lo que es lo mismo, las garantías para la protección del goce a la
vida. En efecto, el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, el artículo 6 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos,
el artículo 27 de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre,
y el artículo 4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, garantizan
expresamente el derecho a la vida de manera amplia y general. La protección del
derecho a la vida no puede ser suspendido en ningún caso o circunstancia, tal
como lo establecen los artículos del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
y de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, y la aplicación de la pena de muerte está estrictamente
regulada en los tratados internacionales, con una implícita preferencia hacia
su paulatina abolición y una expresa prohibición respecto a su restablecimiento
en aquellos Estados que ya se ha abolido. Finalmente, y por imperio
jurisprudencial, algunas violaciones del derecho a la vida son consideradas
como graves violaciones a los derechos humanos, por lo que no deben ser objeto
de amnistías y otros excluyentes de responsabilidad.
Si bien existe un incuestionable reconocimiento
al derecho a la vida en los principales tratados internacionales, a diferencia
de otras violaciones graves a los derechos humanos, como podría ser la tortura,
la ejecución extrajudicial no está́ conceptualizada ni regulada específicamente
en un tratado o convención internacional de alcance universal, ni regional. No
obstante, y sin perjuicio de la inexistencia de un tratado particular sobre la
materia, sí existen una serie de normas denominadas o conocidas como de “soft law” o “persuasive law”, tales como “Los principios
relativos a una eficaz prevención e investigación de las ejecuciones
extralegales, arbitrarias o sumarias”, el Manual sobre la Prevención e Investigación
de las Ejecuciones Extralegales, Arbitrarias o Sumarias o incluso ciertas
regulaciones metodológicas derivadas del Mandato del Relator Especial sobre
Ejecuciones Extrajudiciales, Sumarias y Arbitrarias que incursionan
cuidadosamente en la prevención, la investigación judicial, la investigación médico-legal,
los medios probatorios y los procedimientos judiciales en las ejecuciones
extrajudiciales.
Ninguno de los instrumentos internacionales
define expresamente qué se entiende por ejecuciones extrajudiciales, por lo que
el concepto se ha venido formando paulatinamente, a partir de la costumbre o
bien de referencias, estudios o análisis doctrinario. En ese sentido, cabría armar
muy preliminarmente que se reconoce conceptualmente como una ejecución
extrajudicial cuando se consuma la privación arbitraria de la vida por parte de agentes del
Estado, o con la complicidad, tolerancia o aquiescencia de éstos, sin un
proceso judicial o legal que lo disponga.
¡Y
lo hicieron! El caso más sonado (y claro) lo escenificaron los Agentes del
Estado el 31 de julio de 2014 cuando, dice el libro: <… Al no
ponerse de acuerdo, el 31 de julio de 2014 trataron de pactar policías del
estado, los Dámasos y la gente de Luis Montoya por la plaza de la ciudad La Paz
pero al llegar el Rayo, de quien se supone acomodó las piezas para la reunión
en el kilómetro 8 de la carretera La Paz a Los Planes, los integrantes de tres
vehículos ‘todo terreno’ que se encontraban escondidos entre los matorrales
empezaron a disparar sobre otros tantos autos que conducían los del ‘encuentro
cumbre’ entre los que destacaban el
Pantera, el Betillo y el Ferrari mismos que cayeron abatidos a tiros, y
dejando con una bala en sedal sobre la nalga al Rayo quien fue llevado al hospital Salvatierra para su atención
médica por policías ministeriales.
En los momentos en que levantaban al herido, los vehículos
todo terrenos salieron dentro de la espesura, bajo las sombras de la noche sin
que los policías hicieran algo por detenerlos, sólo se limitaron a observar que
tomaban rumbo a La Paz donde vecinos de las colonias Agua Escondida y
Correcaminos, los vieron pasar para salir cerca del panteón Jardines del
Recuerdo con rumbo a la carretera al sur por donde se encuentran las oficinas
de la subsecretaría de seguridad pública.
En el nosocomio estaban gente del Rayo, uno de ellos fue reconocido por un coronel de las fuerzas
armadas como el Barbas, mismo que se
dio cuenta de la identificación por lo que, a como pudo se escabulló por entre
la gente al momento de que interrogaban al herido.
Las indagaciones apuntaban a la participación de cuando
menos 4 policías de la subsecretaría de seguridad pública entre los que se
encuentran Aurelio Parra Mungaray,
Fernando Estrada (el Mono) Martín Aceves y Rubén Romero que curiosamente al
día siguiente de los hechos dos de ellos fueron reportados como desaparecidos
por sus familiares quienes no mostraban tristeza al momento de la denuncia
ministerial….>
Repito: La ejecución extrajudicial es una violación
que puede consumarse, en el ejercicio del poder del cargo del agente estatal,
de manera aislada, con o sin motivación política, o más grave aún, como una acción
derivada de un patrón de índole institucional. Usualmente se entiende que la ejecución
se deriva de una acción intencional para privar arbitrariamente de la vida de una o más personas, de parte
de los agentes del Estado o bien de particulares bajo su orden, complicidad o
aquiescencia, sin embargo, tanto en doctrina como en alguna legislación, se
aceptan diversos grados de intencionalidad
cuando los responsables son miembros de los
cuerpos de seguridad del Estado.
Esto último es importante porque existen
otros casos que tienen como consecuencia final la muerte, pero donde los grados
de intencionalidad pueden variar significativamente, y con ello, su consideración
acerca de si se constituye o no en un caso de ejecución extrajudicial. Casos
como cuando se tortura o se aplican malos tratos durante la detención o prisión
con consecuencia de muerte; cuando se hace un uso excesivo o indiscriminado de
la fuerza por parte de policías o militares al momento de efectuar detenciones,
durante manifestaciones públicas; casos de muertes por negligencia de los
agentes; muertes en circunstancias poco claras cuando la víctima se encuentra
en poder de sus aprehensores o bajo responsabilidad estatal; algunas muertes
productos de abuso de poder, hay diferentes grados de intencionalidad y sin
embargo, la consecuencia es la misma; la muerte. En todos estos casos, donde
usualmente estarían involucrados agentes de los cuerpos de seguridad del Estado
y se produce la muerte sin una evidente intención de matar, se podría llegar a
concluir que constituyen casos ejecuciones extrajudiciales, al menos para
algunos derechos que así́ lo han previsto.
Finalmente, y para intentar conceptualizar
preliminarmente esta violación, debe decirse que las ejecuciones
extrajudiciales se distinguen de otras violaciones al derecho a la vida tales
como de las denominadas ejecuciones sumarias, los casos de ejecuciones
extrajudiciales múltiples conocidos como masacres, o bien de las más graves de
las violaciones a los derechos humanos como los crímenes de guerra, los crímenes lesa
humanidad o el genocidio.
¿Porqué los oficiosos
Se niegan a reconocer el término
Ejecución
será para proteger su
hambre?
… En mi hambre mando
yo… : Salvador de Maradiaga
Ejecuciones extrajudiciales
documentadas pero no reconocida como tal hay varias.
Los casos más sonados con los 43
de Ayotzinapa en 2014; (toma fuerza) los 300 de Allende Coahuila en 2011; 72 de
San Fernando Tamaulipas en 2010; 45 en Acteal Chiapas en 1997; 21 en Aguas
Blancas Guerrero en 1995; 120 en la Ciudad de México en 1971; 200 en la Ciudad
de México en 1968; 40 en Acapulco Guerrero en 1967; 20 en Chilpancingo Guerrero
en 1960; de 400 a 800 en Rio Blanco Veracruz en 1907; 23 en Cananea Sonora en 1906.
Los políticos dicen que los
mataron por revoltosos. Los oficiosos aseguran que se lo merecían y, ahora ya
encontraron algo mejor para justificar las ejecuciones: Lo mataron porque
estaba relacionado con el narco. Así, sin más ni más judicializan a los ejecutados. Luego los
boletines le agregan: Tenía antecedentes penales.
Los tratados internacionales, (y
en la constitución mexicana también) que hablan sobre DDHH, éstos garantizan expresamente el derecho a la vida de manera amplia y
general; el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el
artículo 6 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, el
artículo 27 de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, y
el artículo 4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, por ejemplo.
De modo que, si les damos el tratamiento que se merecen los ejecutados, el
Estado mexicano se vería seriamente penalizado por los Cortes Internacionales
y, su presidente y algunos gobernadores y exgobernadores, no tendrían forma de
defenderse, ni oficiosos que metieran las manos por ellos.
Con información de David Barrón reseñaremos las
ejecuciones de alto impacto a nivel nacional y, si es de su preferencia, podrán
adquirir la revista Contacto Político número 286, donde se lee: Las ‘ejecuciones’
de La China y, una vez publicado podrá consultar el libro Plaza
Dividida donde se narran las
ejecuciones en BCS.
Cronología:
1
Cananea, Sonora, 1906.- Veintitrés
muertos y cerca de veinticinco heridos fue el saldo del enfrentamiento entre
obreros huelguistas y comandos norteamericanos, que fueron traídos por las
empresas mineras y el gobernador del Estado, para apaciguar el movimiento
iniciado con motivo de una manifestación obrera que se organizó para pedir a
las mineras jornadas de ocho horas de trabajo y un salario mínimo de cinco
pesos diarios.
1
bis Rio Blanco Veracruz.- 2000 mil obreros fueron atacados por el 13avo
batallón que disparó sobre la muchedumbre, muriendo entre 400 y 800
huelguistas. Enseguida, por órdenes del gobierno fusiló a los lideres Manuel Juárez y Ricardo Moreno
para, se excusaron, terminar con la revuelta.
2
Guerrero 1960.- Guerrero
lamentó la muerte de más de 20 estudiantes, que intentaban el derrocar al
general Raúl Caballero Aburto, los estudiantes murieron después de que el
general utilizará al ejército federal para callar la protesta de los
inconformes, protesta realizada en Chilpancingo.
2
bis.- Pistoleros contratados por el entonces gobernador de Guerrero, Raymundo Abarca Alarcón, en
Acapulco reprimieron a 800 campesinos copreros, muriendo 38 de ellos e hiriendo
a más de 105 que no aceptaban 13 centavos de impuesto por cada kilo de coco y
la imposición de un líder a modo del asesino gubernamental.
3
Ciudad de México, 1968.- Una
de las fechas más recordadas en el país. Decenas de estudiantes de distintas
universidades se manifestaron en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco,
con la intención de llamar la atención de los medios internacionales, cuyas
cámaras se encontraban enfocadas en México debido a la organización de los
Juegos Olímpicos.
Los
estudiantes pretendían evidenciar la mala calidad del sistema educativo en
México. Eran ya 146 días de protesta. El Ejército atacó a los estudiantes, la
cifra oficial fue de 20 muertos, pero las investigaciones posteriores sumaron
poco más de 200, pero la cifra real no se ha determinado.
4
Ciudad de México, 1971, 'El Halconazo'.- 120 muertos fue el número oficial de los estudiantes
muertos durante la matanza del Jueves de Corpus durante el mandato de Luis
Echeverría. Los estudiantes fueron atacados por los llamados 'Halcones' una
división del ejército. Los estudiantes apoyaban a sus compañeros de Monterrey
que también denunciaban mala calidad del sistema educativo.
5
Aguas Blancas, Guerrero, 1995.- La Masacre de Aguas Blancas fue un crimen de Estado
cometido por la policía del estado de Guerrero y planeada por Rubén Figueroa
Alcocer. Agentes del agrupamiento motorizado de la policía guerrerense
dispararon en contra de un grupo de miembros de la Organización Campesina de la
Sierra del Sur (OCSS) que se dirigían a un mitin político que demandaba la
liberación de Gilberto Romero Vázquez desaparecido un mes anterior, lo que
resultó en 17 campesinos muertos y 21 heridos
6
Acteal, Chiapas, 1997.- 45
indígenas tzotziles fueron asesinados mientras oraban en una iglesia, de las
víctimas, 16 eran niños, niñas y adolescentes; 20 eran mujeres y nueve hombres
adultos. Los responsables directos de la masacre fueron grupos paramilitares
opuestos al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
7
San Fernando, Tamaulipas, 2010.- La masacre de San Fernando, fue un crimen cometido por
Los Zetas entre el 22 y 23 de agosto de 2010 donde fueron ejecutados 72
personas de la cuales 58 eran hombres y 14 mujeres, en su mayoría eran
inmigrantes provenientes de Centro y Sudamérica.
7
bis.- Alrededor de 300 personas, niñ@s, jóvenes y adultos de apellidos Garza, Gaytán, Moreno y Villanueva fueron acribillados por los Zetas con la
complacencia de las autoridades que no hicieron algo por detener la masacre en
Allende Coahuila, recién dejaba el cargo Humberto Moreira para convertirse en
líder del PRI, de cara a la elección presidencial. El antecedente inmediato de
la masacre fue un robo que Luis Garza y Héctor Moreno le hicieran al
cartel donde trabajaban, esto es Los Zetas. Hoy los dos viven en EEUU como
testigos protegidos. Los medios de comunicación callaron en su momento pues
afectaría el proceso electoral donde el narco y
EPN compraron la presidencia.
8
Ayotzinapa, Guerrero, 2011.- Dos estudiantes de la Escuela Rural Normal de
Ayotzinapa, murieron a manos de la policía tras enfrentarse en una protesta.
Los normalistas mantenían un bloque en la Autopista del Sol y pedían la
destitución del director de la Normal Napoleón Anaya y se nombrara a Eugenio
Hernández como nuevo al frente de la institución. La Manifestación culminó
además con 50 detenidos y heridos graves y desaparecidos.
9
Tlataya, Edo. México, 2014.- La
madrugada del 30 de junio ocho militares mataron a sangre fría a 22 civiles,
entre ellos dos adolescentes, que se habían rendido después de un
enfrentamiento armado en el que habían muerto otras siete personas
10
Ayotzinapa, Guerrero 2014.- La
noche del viernes 26 de septiembre policías municipales de Iguala se llevaron
vivos a estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa. Según las
investigaciones fueron policías municipales coludidos con el cártel Guerreros
Unidos los responsables del ataque lo que dejó un saldo de seis muertos, 25
heridos y 43 desaparecidos. La PGR imputa como autores intelectuales del caso a
José Luis Abarca Velázquez, presidente municipal de Iguala, a su esposa María
de los Ángeles.
A
pesar de que, en muchos casos, estos asesinatos en masa quedaron impunes, aún
son muchos los mexicanos que prefieren no olvidar y seguir reclamando justicia
para acabar con el clima de inseguridad que vive el país.
A raíz de una línea de
investigación, y con base en testimonios, la autoridad buscó a las normalistas
en fosas clandestinas. Los primeros hallazgos se dieron el 4 de octubre, cuando
se encontraron seis fosas con 28 cuerpos en Pueblo Viejo, localidad cercana a
Iguala Guerrero. Reportes periodísticos dan cuenta de hasta 55 cadáveres
localizados pero esos cuerpos no representaron interés del pueblo, de la
autoridad ni de los periodistas que del caso ya no se habló más. Se han
encontrado miles de fosas clandestinas en todo México, pero nadie se atreve a
decir algo, a darle seguimiento, pues ‘se teme perder la dignidad’
Queda claro, el término ejecutado es bien utilizado pues el gobierno
de la república vive en connivencia con el narco.
Las ejecuciones son parte de la
¿Subcultura?
‘Eruditos’ en literatura
pretenden encasillar el periodismo rojo en la subcultura, sin darse cuenta que
la subcultura es otra cosa, muy distinta por cierto, pero lo que pretenden es
descalificar el boom! que han obtenido algunos ‘nuevos periodistas’.
El neoperiodismo que se ha
‘enriquecido’ con las narcoejecuciones debe ser tema de un profundo estudio
para colocarlo en su género real y no tratar de encasillarlo en la subcultura
sólo por deseo personal o envidia al notar que los periodistas, reporteros,
columnistas o fotógrafos de la violencia urbana crecen en ‘seguidores’
La subcultura se clasifica como
tal por que las personas que viven en sociedad no se comportan igual que la
mayoría. Son un grupo de personas con un conjunto distintivo de comportamientos y creencias que les
diferencia de la cultura dominante de la que forman parte.
Dick Hebdige, estudioso del tema de la subcultura, asegura que
los miembros de una subcultura señalarán a menudo su pertenencia
a la misma mediante un uso distintivo y estilo. Por tanto, el estudio de una
subcultura consiste con frecuencia en el estudio del simbolismo asociado a la
ropa, la música y otras costumbres de sus
miembros, y también de las formas en las que estos mismos símbolos son
interpretados por miembros de la cultura dominante. Si la subcultura se
caracteriza por una oposición sistemática a la cultura dominante, entonces
puede ser descrita como una contracultura.
Se dice también que las corporaciones,
las sectas, y muchos otros grupos o segmentos de la sociedad, con diferentes y
numerosos componentes de la cultura simbólica o no material pueden ser
observados y estudiados como subculturas. Algunas veces las subculturas son
simplemente grupos de adolescentes con gustos comunes. Es necesario observar que el
interaccionismo simbólico es fundamental en una subcultura.
Contracultura
La
contracultura es un movimiento de rebelión contra
la cultura hegemónica, que presenta un proyecto de una cultura y
una sociedad alternativas. Ejemplos de manifestaciones contraculturales son los
siguientes:
Las tribus urbanas, como rockers,
punkies, skins, etc. Las forman jóvenes preocupados por descubrir una identidad
que ni la sociedad ni la familia les proporcionan.
Se reúnen entrono a un líder y adquieren
un código de expresiones
culturales que les diferencian de los demás.
Los grupos
sociales alternativos responden al vacío que muchos sienten ante un
futuro incierto y fugaz. Intentan encontrar un sentido a la existencia a través
de distintos medios y rechazan el materialismo social.
Los grupos de ataque social. Cabe destacar entre estos grupos a las bandas de delincuentes, que constituyen
una forma violenta y directa de ataque al sistema establecido. También es
típico de otros grupos de adolescentes que intentan desestabilizar la sociedad
para crear un nuevo estado social, transgrediendo las leyes y haciendo uso de
la violencia.
La narcoliteratura y la literatura del narco son cosas de las que
hablamos en las siguientes páginas.
Narcoliteratura, literatura del narco, subcultura
desviada, periodismo negro, del escándalo político, urbano. Sus diferencias.
Reflexiones
sobre la narcoliteratura
De
entrada término narcoliteratura conlleva una connotación negativa poco profunda que denosta al
género, dice el escritor Ramón Gerónimo Ortega en una entrevista que le hace
Sheila Rosagel, publicada en Sin Embargo.
Shaila Rosagel- Sin Embargo (México)
La narcoliteratura, término que se utiliza para
llamar a la literatura que aborda el fenómeno de narcotráfico, es una forma de
“encasillar” a los escritores por zonas geográficas y denostar, en parte, su
trabajo, dice Ramón Gerónimo Olvera, autor del libro Sólo las Cruces Quedaron de editorial Ficticia.
De esta forma, la crítica mexicana mide con el mismo
rasero a los escritores norteños y los echa “en un mismo costal”, pues
pareciera que las novelas ambientadas en lugares impregnados por el narco,
tienen una connotación negativa literariamente hablando, explica a SinEmbargo
el maestro en Literatura en la era Digital por la Universidad de Barcelona y
Premio Regional de Periodismo Cultural y Nacional de Periodismo que otorga la
Asociación Nacional de Locutores, originario de Chihuahua.
Pero no obstante que algunos críticos, parecen ver
con una óptica desde el Distrito Federal a la producción literaria que tiene
como entorno al narcotráfico, la “narcoliteratura” es un término acuñado para
vender.
“El prefijo narco es el meollo del asunto.
Necesariamente lo utilizamos casi en la vida cotidiana, sin reparar en la misma
reflexión sobre el mismo. Se corre el riesgo de que el prefijo narco sobre
estas expresiones culturales, nos hagan que no las podamos entender en toda su
complejidad, porque nos dejamos ir por lo narco, sin ver todo lo que hay en juego
y en profundidad”, dice el escritor.
Gerónimo Olvera analiza en su último libro a varios
autores colombianos y mexicanos que escriben en un entorno donde priva el
negocio del narcotráfico y contesta en esta entrevista, algunas de esas
preguntas que buscan provocar una crítica, a la forma en la que se aborda la
literatura que habla de narcotráfico.
–¿De dónde nace la idea de escribir este libro donde
usted explora el término de narcoliteratura?
–Nace de una idea concreta de hechos de violencia que
hemos vivido y que se han venido consignando mediante el periodismo, pero
también a través de la literatura. Vi la necesidad de hacer un estudio donde,
si bien con cierto rigor académico se abordara cómo la literatura participa en
el juego de la violencia y el narcotráfico, porque gran parte de la academia es
bastante prudente y temerosa de entrar a estos temas, justo por lo
contemporáneo, cercano, me llamó la atención hacerlo desde la óptica de autores
de México y Colombia para tener algunos puntos de encuentro y desencuentro.
–Usted cuestiona este adjetivo de narcoliteratura
para referirse a todas las novelas que se escriben sobre narcotráfico…
–Sí, es que es cuestionable desde varias ópticas. Es
comprensible que para vender libros, la gran industria le ponga estos nombres,
sería uno de los marcos por los que se llama narcoliteratura, pero lo otro es
también un encasillamiento facilista de la crítica, o de cierta crítica, para
meter a todos los autores en el mismo saco y tratarlos por igual. Yo creo que
de todos los autores que se manejan en el libro, ninguno se propone escribir
una narcoliteratura. Lo que están haciendo son historias donde el narcotráfico
aparece porque están ahí en la atmósfera del escritor. Sí es necesario ponerle
nombres a las cosas y categorías, pero hay que reflexionar sobre la categoría
porque algunos críticos le llaman así para descalificarla, no para entenderla.
–¿Entonces este prefijo “narco”, ¿es negativo y
descalifica?
–Sí, cuando le metemos el prefijo “narco”, en
términos de la realidad judicial y de la justicia es prácticamente un adjetivo
sinónimo de “ya no se investigue”, en los términos literarios, sí hay un
encasillamiento que por supuesto sirve para vender, y para vender bien. También
está la connotación de lo narco, lo cierto es que como el narcotráfico aparece
en la vida cotidiana de las personas, aparece mucho en la literatura y aparece
así, de manera espontánea, casi inconsciente, porque está en la realidad, en lo
que respira el escritor.
–Para usted Ramón, los autores que escriben sobre
narcotráfico ¿escriben literatura, no narcoliteratura?
–Habría que establecer diferencias. Habrá escritores
muy respetables que de manera abierta y de manera consciente desean hacer
libros de narcoliteratura para ser vendidos, que tampoco me parecería algo
deleznable en sí mismo. Hay escritores como Fernando Vallejo y Élmer Mendoza,
donde el narcotráfico aparece en sus novelas, pero aparece de una manera
compleja, simbólica y además creo que los autores que se incluyen en el
libro, como Yuri Herrera, aparece el narcotráfico no por sí mismo, sino
como un marco histórico, cultural de México.
–Hay preguntas que usted lanza en el libro, una de ellas, ¿cuál
es la voluntad que existe en reducir esta expresión a ciertas zonas geográficas
del país? También habla de una visión centralista de etiquetar como
narcoliteratura, para encasillar a todos los escritores de las regiones del
norte de México…
–Esto es muy palpable, Rafael Lemus, un crítico de
Letras Libres, decía que la literatura de Élmer Mendoza era candorismo
costumbrista y que no valía nada. Don Antonio Parra le contesta, porque
pareciera que si no se escribe en el Distrito Federal [DF], no vale o se
encasilla muy fácilmente, siendo que estas temáticas están aquí en nuestra
realidad y que autores como los que he mencionado, por fortuna están siendo
estudiados en muchas partes del mundo. Pareciera que es la viva literatura
mexicana, estos autores, no se encasillan en el tema del narcotráfico, son
bastante amplios, y cuando hablamos de literatura norteña, también toca hablar
de Ignacio Solares, Carlos Montemayor, por mencionar algunos.
–Usted también lanza la pregunta sobre, ¿qué interés
existe en homologar a todos estos autores que abordan el tema?
–Al final de cuentas el deseo de homologación, es a
lo mejor una estrategia de orden político, de poder, que una estrategia de un
criterio literario.....
Aquí el entrevistado dio en el clavo. ¡Claro que es
una estrategia (más bien una orden, diría yo) política, de poder, que (al
encasillar a todos en un mismo saco) de un criterio literario.
–Aborda a los escritores desde el periodismo,
literatura, habla de la nota roja…
–Comento a manera de chiste en el texto, que el
primer cuento judío-cristiano de la nota roja la historia de Caín y Abel, y
siempre en todas las expresiones, un germen fundamental para escribir, porque
la nota roja nos muestra ese lado oscuro que tiene las sociedades, los seres
humanos, que es la materia prima para la literatura, mientras que en cualquier
régimen oficial, todo tiene que ser luminoso, esperanzador. Esto que llamamos
narcoliteratura a lo mejor es una variante del género policiaco.
–Entonces es tan erróneo decir narcoliteratura, como
si se quisiera decir “narcoperiodismo” si se reportea sobre narco, ¿sería algo
simular?
–Muy muy simular. Al final de cuentas hacer un gran
reportaje sobre narcotráfico no es narcoreportaje, porque se pretende
estudiarlo y hacerle preguntas.
– ¿Pasa lo mismo con la narcoliteratura que con los
narcocorridos? ¿Podríamos poner en la misma dimensión al narcocorrido con
narcoliteratura? ¿El prefijo narco juega el mismo papel?
–Sí, el prefijo narco es el meollo del asunto.
Necesariamente lo utilizamos casi en la vida cotidiana, sin reparar en la misma
reflexión sobre el mismo. Se corre el riesgo de que el prefijo narco sobre
estas expresiones culturales, nos haga que no las podamos entender en toda su
complejidad, porque nos dejamos ir por lo narco, sin ver todo lo que hay en
juego y en profundidad
–¿Lo narco es lo que vende? ¿De qué tamaño es el
mercado editorial en torno al narcotráfico?
–En la industria cultural el narcotráfico tiene un
tamaño enorme y fundamental. Basta ver las últimas producciones
cinematográficas como Miss Bala, El Inferno, cómo les va en taquilla y para ser
cine mexicano, les va muy bien. En el caso de la literatura es bastante
vendible manejar esto como lo narco, sinónimo de venta y en el caso del
periodismo, también ponerle que fue una narcobalacera, narcofiesta,
narcobautizo, narcoentierro, un narco lo que se le ocurra. Termina siendo un
buen mecanismo de venta, en donde todo es sujeto a la venta.
–¿Se denosta a estas expresiones con este prefijo?
–Sí, además corremos el riesgo de no estudiarlas en
su profundidad por el prefijo narco. Al verlo analizamos una serie de ideas
inconscientes y lo clasificamos así, sin estudiar toda la profundidad que hay
en ello, además de insensibilizar. Somos una sociedad carente de sensibilidad
para muchas cosas, y el adjetivo puede ser que en vez de que nos ayude a ser
sensibles, nos vuelva más bárbaros.
–Ramón, entre las obras que analiza en el libro,
habla de La Virgen de los Sicarios, Rosario Tijeras y de autores mexicanos,
¿qué tanta similitud hay entre nuestros autores mexicanos y los colombianos?
–Sí encontramos rasgos de similares: se encuentra un
Estado ausente, una cosa que me llama la atención, es que en ambos casos, el
crimen, la violencia, la impunidad, constituyen la norma dentro de la sociedad
y no excepción. Una de las diferencias es la fascinación literaria por la
figura del sicario en Colombia, mientras que en México por el político poderoso
que está vinculado con el narco. Otra diferencia es la connotación religiosa
que tiene en el caso de México, como Valverde, La Santa Muerte, que no aparece
en otros lados.
–¿También se lleva al campo del periodismo?
–En términos periodísticos los vería más similares
que en términos literarios. En México hay una fascinación por la figura del
sicario, simular a Colombia, la diferencia la vería más en la literatura. El
sicario es una figura muy dolorosa para la sociedad, es el huérfano de una
estructura familiar, el huérfano de una estructura social, de un Estado que no
sirvió para nada, es el gran victimario y la gran víctima
–Hay otra pregunta que usted laza en su libro, ¿cómo
recoge el periodismo y la literatura el fenómeno del narco? ¿Desde la apología,
la condena o la censura?
–Recuerdo la foto de Julio Scherer García con el
importante líder delincuencial, que para algunos nos daba la sensación de que
estaba abrazando a un gran amigo, para otros era el ejercicio periodístico
digno de un premio por haber conseguido esa entrevista, y pareciera que
tristemente lo que la realidad y los lectores nos empujan es, o a la apología,
a la condena o a la censura-autocensura.
La
literatura del narcotráfico
Orlando Ortiz
La primera pregunta que me asalta a propósito de la
llamada “narcoliteratura” (el entrecomillado obedece, como se verá, a que
cuestiono tal denominación) es si en verdad existe, o si es un prejuicio.
Porque en la primera mitad del siglo pasado se escribieron muchas novelas cuyo
eje eran los caciques; sin embargo, nadie aventuró la idea de que hubiera una
caciqueliteratura. De igual manera, en la segunda mitad proliferaron los
relatos cuya acción se desarrollaba en el df y nunca oí que se hablara de
chilangoliteratura.
Posteriormente, en toda Latinoamérica se dieron
novelas con el tema de los dictadores y tampoco se habló de una
dictadoliteratura o cosa por el estilo. El nombre narcoliteratura tiene algo, o
mucho, de retintín, de intención –consciente o subconsciente– peyorativa. Y no
es cuestión de semántica. En la expresión narcoliteratura late, en el fondo, un
silogismo del tipo: la droga es mala para la salud, luego la narcoliteratura es
mala para la literatura. Por ello me inclino a que se le denomine, en el peor
de los casos, literatura del narcotráfico, para eliminar la calificación a priori.
En ese caso –al igual que en el de todas las otras
novelas–, ya se podría señalar si obras en particular son malas o buenas, no
por abordar el tema del narco, sino por ser novelas bien tramadas, con personajes
convincentes, situaciones verosímiles, excelente manejo de las voces
narrativas, lenguaje eficaz (ojo, no dije “correcto”, sino, en última
instancia, normal) y un manejo adecuado del punto de vista. Porque en este
género, subgénero o como quiera llamársele, hay buenas y malas novelas,
independientemente del asunto que, curiosamente, en muchas de ellas el tema
central no es el narcotráfico y la delincuencia organizada, sino el amor, en
una escenografía de narcotraficantes, y a veces lo que está en primer término
es la violencia, no el tráfico de estupefacientes, tampoco las actividades de
la delincuencia organizada con todas sus implicaciones sociales, políticas y
económicas.
Adelantando vísperas: la narcoliteratura es un
espejismo, y por lo mismo, algo que no (o casi no) existe.
El primer libro de este tema que leí fue Diario de un narcotraficante, de a. Nacaveva ( así, con a minúscula y punto), y sin ser un fan,
he seguido el tema desde entonces (1967) a la fecha, con Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos, pasando por La Reina del sur, de Pérez Reverte, y San Isidro futbol, de Pino Cacucci (estos últimos, por mencionar únicamente a los
autores no mexicanos); por eso creo estar más o menos enterado del desarrollo
de la narcoliteratura. Sin embargo, no soy ni panegirista ni detractor. Hay
quienes la cuestionan por su origen; no obstante, como el plebeyo, “su sangre,
aunque norteña, también tiñe de rojo el alma en que se anida su literario
corazón”.
Estos “narcorrelatos” en su mayoría los escriben
autores del norte, pero ni todos los escritores de allá escriben
narcoliteratura ni toda ella es escrita por autores de allá. Los hay oriundos
del Distrito Federal, de Guanajuato, de Jalisco y de Hidalgo, y en todos los
casos no desmerecen frente a los norteños en cuanto a manejo de ambientes,
vocabulario y personajes.
Hoy en día son numerosas las novelas y en general los
libros que abordan o giran alrededor del narcotráfico. Unos se apuntan como
ficción del género negro o policíaco; otros como crónicas o investigaciones
periodísticas o agudas tesis a propósito del problema. No debe extrañar a los
lectores esa abundancia de títulos, pues al parecer todas las editoriales los
están pidiendo con la idea de que se venderán como pan caliente.
La producción de narconovelas es elevadísima, tal vez
porque la demanda editorial también es elevada –ignoro si el mercado también es
muy amplio. Hay tal saturación, que empalaga la abundancia de títulos y el
primer impulso es descalificar por completo todos los libros de este género,
tanto los de ficción como los de no-ficción. Sin embargo, no se puede hacer
tabla rasa, aunque hasta el momento no me he topado con “la novela” del
fenómeno narco, es decir, no he hallado un relato excelente o tan bueno que
llegue a las alturas de lo paradigmático. Algunas son muestra de un
extraordinario oficio, pero adolecen de pasajes facilistas o de tópicos tan
gastados que caen en el lugar común, lo cual incide en detrimento del texto.
Otras no van más allá de la sencilla historia del amor-pasión, o del amor-odio,
o del amor-venganza, o del amor atormentado o sádico, o masoquista o hasta
ingenuo, pero inserto entre matones despiadados y aparentes luchas por el poder
(nunca se ve ni se dice de qué clase es).
LA REALIDAD CORRE MUCHO Y LA FICCIÓN SE QUEDARÁ...
Hasta el momento, me parece que los mejores libros
sobre el tema son las crónicas y los de carácter periodístico. Me refiero, por
ejemplo, a El
hombre sin cabeza, de Sergio González
Rodríguez; a Malayerba, de Javier Valdez Cárdenas; aHerencia maldita, de Ricardo Ravelo; El otro poder, de Jorge Fernández Menéndez; El narco: la guerra fallida, de Rubén Aguilar y Jorge Castañeda; El cártel, del legendario Jesús Blancornelas, y hasta Me dicen la narcosatánica, de Sara Aldrete, entre otros. Si a estas miradas sumamos los
medios impresos y electrónicos, la ficción sobre el tema se queda atrás; no
puede competir en cuanto a crueldad y excesos, por más imaginación que tenga el
autor. Por poner un ejemplo: ¿a algún autor serio se le habría ocurrido una
puesta en escena (este es el título, bastante afortunado, de una novela corta
de Gabriel Trujillo) como la que se hizo cuando mataron (¿ejecutaron?) a Héctor
Beltrán Leyva, cuyas imágenes aparecieron en numerosos medios? Y las mantas con
mensajes y las testas decapitadas dispuestas dramáticamente en diversos
escenarios y... en fin, los relatos literarios casi (o a veces sin el casi)
nada tienen que hacer frente a la realidad real y la mediática. (Cuando estaba
redactando estas notas salí a caminar un poco y a comprar el periódico. En el
estanquillo me topé con la primera plana de un periódico caracterizado por su
amarillismo, pero, con todo, nunca había llegado a tal extremo: la foto a color
de dos cuerpos colgados de los pies, decapitados y con los genitales
cercenados; en una cabeza secundaria se leía que sus partes las habían dejado
sobre los carteles en los que se advertía algo a alguien.) Si algún narrador
quiere incursionar en el género, debe buscar alguna vereda que no sea la de la
violencia y el amarillismo, pero tampoco debe caerse en el edulcoramiento o en
la falsa idea de que la narrativa es escribir bonito o poéticamente.
Además, los autores de ficción, más que abordar con
acuidad el narcotráfico, se quedan en el color, en los aspectos costumbristas
(que no tienen por qué ser malos en sí, sino más bien insuficientes). Corridos,
botas picudas y de tacón a lo Fox, fara fara, cintos piteados con hebillas
costosas en las que lucen sendos ak47 cruzados, o una rama de mariguana,
sombrero texano, armas con chapa de oro y con diamantes o esmeraldas en la
cacha de marfil; lenguaje norteño cargado de pistear, batos, morros, etcétera.
A veces se menciona a la Santa Muerte, a veces es Malverde el invocado. ¿Y
luego? Los elementos mencionados no serían nefastos si no se quedaran en eso:
detalles de color que no van más allá y, peor aún, que se presentan como si
fuera lo esencial de los narcotraficantes. ¡Ah! Olvidaba la violencia, a veces
con fuertes matices de gratuidad. Tampoco me parece mal la utilización del
lenguaje norteño, es más, lo considero indispensable, siempre y cuando se sepa
utilizar con eficacia y no como detalle de color o graciosa curiosidad
lingüística.
Antes y después del movimiento revolucionario de 1910
menudearon los relatos que recogían y plasmaban la visión que escritores de
variopinta ideología tenían sobre lo ocurrido –o lo que estaba ocurriendo. El
espectro que ofrecen tales obras es muy amplio y diverso; hay las que tienen
como columna vertebral batallas y caudillos, las que ubican la acción en las
alturas políticas o les dan como escenario el de los estratos sociales más
bajos... incluso tenemos obras construidas desde la perspectiva de simples
testigos no involucrados en el conflicto bélico o político, pero sí receptores
de las consecuencias sociales, bélicas o políticas.
Por lo tanto, en la actualidad podríamos elaborar un
mural muy completo de esa época, desde la perspectiva de los maderistas,
villistas, zapatistas, carrancistas, huertistas y hasta porfiristas, o incluso
con la de todos ellos. De tal ensalada de hechos y visiones quedaron grandes
novelas: Campamento, Los
de abajo, Se llevaron el cañón para Bachimba, Tropa
vieja, El águila y la serpiente, Cartucho, El
feroz cabecilla, El rey viejo, La
sombra del caudillo,
etcétera, y por otro lado muchas más que no rebasan la mediocridad o son de
plano pésimas. No se deben ignorar las obras que abordan secuelas del
movimiento revolucionario: reforma agraria, expropiación petrolera,
corporativización del movimiento obrero, luchas contra fraudes electorales y temas
por el estilo. Este manojo de obras, ¿son realistas, naturalistas,
costumbristas? Las hay de todo e incluso algunas han sido calificadas de novela
histórica, por su temática y tratamiento.
La narcoliteratura es un espejismo, no existe. Hay
relatos con violencia y narcotraficantes –que luchan entre ellos o con otros,
por “el poder”–, pero no hay literatura del narcotráfico con todo lo que éste
implica.
Después del movimiento estudiantil-popular del ’68, y
lo que implicó su brutal represión –surgimiento de las guerrillas rurales y
urbanas, por un lado y, por el otro, una presión social que obligó al Estado a
ampliar los cauces de la democracia–, también se escribieron innumerables
páginas a propósito. Igual que con la narrativa de la Revolución, la calidad
literaria –incluso la histórica– fue de un polo a otro polo, de lo bueno a lo
pésimo. Abreviando, podríamos asegurar que los momentos significativos de
México han quedado en su narrativa. Incluyendo los hechos del siglo XIX:
consumación de la Independencia –y en ella el riquísimo período de Santa Anna–,
Reforma, Intervención estadunidense e Intervención francesa, Segundo Imperio y
Porfiriato.
Hay buenas y malas novelas de narcotraficantes –que
no del narcotráfico y la delincuencia organizada. En consecuencia, hay que
evaluarlas como novelas a secas y no por el tema o el lugar de origen de sus
autores o la ubicación geográfica de las historias. No se debe ignorar esa
literatura, porque hacerlo equivaldría a no querer ver que el problema del narco es
ineludible y, en un futuro, los estudios –históricos, sociológicos,
antropológicos, jurídicos, etcétera– tendrán que abordarlo con casi igual –o
sin el casi– seriedad e importancia que el fenómeno de la rebelión cristera o
de las guerrillas posteriores al ’68. Mi afirmación es bastante temeraria, pero
no infundada. Porque hay quienes consideran que el tráfico de drogas es
solamente un delito contra la salud –esta posición lleva a cometer errores como
los que se han venido cometiendo en su combate–, pero habemos otros que
consideramos que va más allá de ser un delito contra la salud: el narcotráfico
en tanto delincuencia organizada, aquí y ahora, es un problema más complejo,
peliagudo, que colinda, en mucho, con los terrenos de la seguridad nacional. Si
no, piénsese que además del cultivo, “beneficio”, producción de
estupefacientes, tráfico interno y exportación, tenemos la penetración
corruptora en los círculos de la policía, en instancias gubernamentales de
todos los niveles, en partidos políticos; además están las repercusiones en la
sociedad, pues cuentan con una base social que los arropa y es sagazmente
utilizada. Por otra parte, es considerable su peso e importancia financiera por
las fuertes cantidades de dinero que manejan, lo cual se traduce en poder, o mejor
dicho, en diversas expresiones de poder, las cuales traspasan fronteras.
La narcoliteratura, en pocas palabras, debe ser mucho
más de lo que se ha pretendido que es. La literatura del narcotráfico y la
delincuencia organizada está esperando la pluma que, paradójicamente, “le haga
justicia”.